Carl había tenido una mala noche, muy mala si se medía en términos bursátiles. El Dow Jones seguía bajando y sus expectativas del bono anual comenzaban a diluirse. Esa mañana antes de ingresar a Wall Street decidió relajarse. Se dirigió al nuevo Spa que habían inaugurado en el SoHo (South of Houston street), dejó su ropa deportiva en la taquilla y se envolvió en un albornoz a su medida. Caminó varios pasos hasta la ducha, y con mejor semblante ingresó al sauna. Olía a madera fresca. Una humedad limpia le permitió percatarse del único compañero circunstancial. Era un hombre mayor que él, de cabello rubio y ojos claros. Su cuerpo descubierto dejaba ver su estilizada figura: un abdomen plano y unas piernas solidas y macizas le provocaron cierto resquemor. Carl tenía veintiocho años y un cuerpo con excesos tanto de grasa, como de coca; pese a su obligada comparación decidió sentarse cerca del desconocido.

—Espero que tengamos un viernes alcista, últimamente estamos padeciendo días tormentosos. Mi nombre es Carl—agregó con una sonrisa forzada.

—¿Cómo te trata la vida, Carl?—inquirió el hombre maduro sin presentarse.

—Renegando con el mercado y con la política de Standard and Poor`s—esta vez sonrió con fruición.

—Términos complejos para un hombre de la calle como yo—abrió las manos y flexionó la cabeza.

—¿A qué te dedicas?

—Me llamo Gustav, disculpa por no haberme presentado—se puso de pie y se sentó junto a él —Hace un momento que estoy analizando los vaivenes de mi empresa. Me dedico a la clasificación y reconversión de materias primas en bienes de mayor valor agregado. Un trabajo de gran proyección, teniendo en cuenta el precipicio que enfrenta nuestra economía.

—Suena interesante, ¿tienes muchos empleados?—la curiosidad de Carl comenzó a manifestarse.

—Ese término no me gusta. Los consideró asociados, tenemos los mismos objetivos y transitamos los mismos senderos de Manhattan intentando potencializar nuestro emprendimiento. ¿Cuántos somos?… Los suficientes para cubrir cada pie cuadrado de Wall Street y las zonas aledañas. Estamos en amplio desarrollo, aunque creo que te gusta más la palabra expansión.

Carl seguía intrigado. Comprendía que las materias primas eran unos commodities en constante crecimiento, y se consideraba con la suficiente experiencia para comenzar a manejar sus propias cuentas.

—¿Quién es tu asesor financiero?

Gustav quien hasta entonces se había empeñado en reprimir su hilaridad, con denuedo aguantó la respiración, parecía que sus ojos iban a estallar. Soltó una risa vivaz que sorprendió a su interlocutor.

—No los necesito, no me merecen confianza. Siempre están pendientes de ofrecerte un negocio que solo les beneficia a ellos… Debo dejarte Carl, mis obligaciones me reclaman—se puso de pie y extendió su mano.
Carl lo imitó, pero mantuvo la presión más allá del decoro y la costumbre.

—Me gustaría darte otro punto de vista sobre nuestro trabajo, no con el afán de convencerte, solo intento confraternizar. La vida puede en algún momento volver a unirnos ¿Me aceptas un café?—La pregunta quedó flotando en el ambiente húmedo, Carl veía que estaba a punto de perder un potencial cliente—.Te prometo ser conciso, solo dame una oportunidad, por favor.

—Por supuesto, voy a ir duchándome, te espero en la recepción.

Tomó un baño caliente, utilizó uno de los frasquitos de la canasta de mimbre que estaban en exposición para perfumarse, y se vistió con su vaquero desgastado, su camisa de mangas largas que olían a sudor y sus zapatillas que mostraban un par de vistosos agujeros. Luego se sentó en la recepción.

—Señor, ya disfrutó de la invitación a nuestro Spa, ahora debe marcharse.

Gustav se quedó inmóvil observando a la joven rubia oxigenada, de senos artificiales y lentes de contacto color turquesa. Era la tercera vez que le dirigía la palabra. En la primera ocasión fue al acercarse al establecimiento con una invitación que había recogido en un basurero. El nuevo centro de relax y antiestrés había enviado por correo cientos de invitaciones sin personalizar para que sean utilizadas por potenciales clientes adinerados, o en su defecto, por algún familiar. Cuando se encontró con la invitación en manos de un homeless la rubia llamó a su jefe, y este le dijo que no se le podía negar el uso de las instalaciones, pero que lo programase para el horario en que no hubiese nadie. Así fue que lo citaron para la primera hora del día. En esta tercera ocasión Gustav solo se dedicó a observarla. Cuando estuvo dispuesto a responderle, Carl pasó a su lado como alma que lleva el diablo. Abrió la amplia puerta de cristal y comenzó a correr.