Matt se había despertado temprano. Se lavó la cara con el agua que le quedaba en una botella plástica. Desayunó un sándwich de jamón y queso que había rescatado del día anterior. Acomodó sus pertenencias bajo el arco de la autopista 836 y se dispuso a ser el primero.
Caminó apresuradamente las cuatro calles que lo acercaron al comedor de las Misioneras de la Caridad.
Vestía con un jeans cubierto por manchas de grasa, su remendada camiseta blanca no parecía estar mejor. Tenía 47 años, un cuerpo delgado, unas greñas negras en un rostro con secuelas de acné juvenil y un aire desolado. Levantó la mirada y se halló con un día luminoso y sin nubes, con una temperatura más que aceptable, para el mes de marzo, en Miami.
Al llegar a la 17 calle, a la altura del número 724 del noroeste, se encontró con un hombre de aproximadamente su misma edad, que vestía una camisa que aparentaba ser de estreno, por las pronunciadas líneas verticales paralelas a los botones, en donde destacaba el escudo de la ciudad. Un pantalón negro completaba su vestimenta.
Se acercó con curiosidad al ver que estaba colocando una notificación en un poste de luz, cercano a la verja de hierro y próximo a su comedor. Se ubicó detrás del sujeto y se puso a leer el texto. Rápidamente comprendió de qué se trataba.
—¿Por qué hace esto Cornelius?
El sujeto pegó un respingo al hallarse con los ojos de Matt que parecían contener a un volcán. Puso la última grapa y se apartó dando un par de pasos.
—Soy un simple inspector. Un empleado de la ciudad—dijo con fingida ligereza.
—No me venga con eso, Cornelius. En ese comedor nos alimentamos cientos de personas a diario ¿cómo carajo son capaces de estar exigiendo una licencia, por darnos un plato de comida? ¿Y tener la desfachatez de amenazar a las hermanas de la Congregación con arrestarlas?
Para ese entonces, Cornelius, el inspector que firmó la notificación, ya estaba ubicado al volante de su auto, y lo aceleró como si estuviese perseguido por su conciencia.
Matt se sentó en el suelo, se reclinó contra el poste de luz, y flexionó sus rodillas, para así apoyar sus codos e intentar sostener la imagen de la impotencia.
Horas después, las Misioneras de la Caridad, congregación religiosa fundada por la Madre Teresa de Calcuta, se desayunarían con la notificación: La Ciudad de Miami las intimaba a regularizar la situación de la vivienda que usaban como comedor de desamparados, ya que la legislación local era muy clara en relación a las habilitaciones comerciales: “ningún negocio puede operar sin sus correspondientes licencias, su incumplimiento es penalizado con arresto criminal o cierre del mismo”.
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