Timothy entrecierra los ojos ante la luz de la linterna, parecería que las baterías se estuviesen agotando. Se recuesta sobre la pared de hormigón y apoya ambas manos cruzadas sobre su moderna prótesis que se extiende desde la rodilla hasta su pie izquierdo.
El aire huele a humedad, y está tan escaso como el alcance de su linterna. Junto a él duerme otro veterano de guerra. Desvía su mirada hacia el cuerpo inerte que solo deja ver una rubia cabellera. Una colcha de lana cubre su anatomía.

— Regresé de Irak padeciendo estrés postraumático— Golpea el tercio medio de su prótesis, que retumba en el estrecho túnel en donde nos hallamos—. En ocasiones no sabía si estaba ante una pesadilla o era el mismo recuerdo que se esforzaba por presentarse sin previo aviso… La perdí por una bomba—sigue sosteniendo con firmeza entre dos dedos una foto de una joven trigueña de expresión melancólica. Por un momento me confundo, no sé si se refiere a su pierna o a su mujer.

—Las perdí—agrega, acercando la foto a la prótesis, como si se hubiese percatado de mi duda—. No me importaba nada, con una Budweiser me era suficiente—Añade acercando a sus labios la lata roja y blanca. Da un sorbo profundo y mantiene la boca entreabierta. Su perfil en penumbras envuelve el rostro de un hombre vencido—. Creo que ya pasaron dos años desde que mi mujer me pidió el divorcio… No se lo podía permitir. Me abandonó mi país y ella quería hacer lo mismo.

Pese a estar medicado con antidepresivos, la nueva situación que se le había creado lo catapultó hacia la agresión física. Desconozco los detalles, evita contarlos. Solo hace mención a la intervención policial, su breve encarcelamiento y, por fin, retoma a su vida entre los túneles que existen sobre las calles de Las Vegas.

—¿Qué edad tienes, Timothy?

—Veintinueve… No, treinta. Tengo treinta años—Se alumbra, y una claridad mortecina y amarillenta me presenta una mirada perdida. Extiende la cabeza y se concentra en mí. Ahora diviso un vago orgullo en sus ojos claros. —Tengo treinta años—repite.