Estando en Salvador Bahia, nordeste de Brasil, quise participar de la Trivela, una de las fiestas más populares del verano bahiano, previa al Carnaval.
La cita era en Praia do Forte. Fui con mi hija hasta el shopping donde vendían las entradas, y la sorpresa tomó forma y tamaño al escuchar de boca de los empleados que todo estaba agotado.
Ante nuestra expresión de desazón, una de las vendedoras marcó un número de teléfono y realizó una llamada. Nos dijo que había contactado con un cambista.
-Ellos tienen entradas, en la reventa siempre algo se consigue—nos aclaró con unos ojos verdes que parecían alumbrarnos la solución.
Minutos después se apareció ante el mostrador de la empresa un joven moreno de pelo rasta con una mochila que, por la forma en que la cargaba, parecía estar repleta de tickets de la Trivela.
No tardó en abrirse la negociación.
-Camarote 400 y pista 200 reales—dijo sin inmutarse, ante dos cifras que, sumadas, representaban el salario básico de Brasil, y el equivalente a 300 dolares.
Empezamos mal. Los precios eran el doble de los que costaban originalmente.
Ante nuestro silencio ya había rebajado diez reales.
El intercambio de palabras fue breve. Parecía que no estaba dispuesto a extender la transacción.
-Tomen mi teléfono, si se deciden paso por su hotel a dejarles las entradas—una sonrisa impenetrable se fusionó en una mueca distante.
Salimos del shopping sorprendidos por cómo se dio todo.
Desistimos del festival y nos pusimos en campaña para buscar opciones.
Al día siguiente en el Museo del Ritmo, cercano al Mercado Modelo, había otra previa del carnaval, tocaba Carlinhos Brown. Los costos de la entrada estaban a 40 reales.
Decidimos que era una buena elección. Llegamos media hora antes del show, y entre la multitud que aguardaba destacaban los revendedores.
-¡¡Entradas a 100 reales!!-me dispararon al dar los dos primeros pasos.
-¡¿Como a 100, si están a 40 reales?!-mi asombro le resultó divertido.
-Jajajaja. Avísame si las consiguen.
Nos abrimos paso hasta el vallado, consultamos por la venta de las entradas, y nos respondieron en ráfaga:
-Están agotadas.
Ya teníamos otro cambista pisándonos los talones.
-¡80 reales por una!
Esta vez volvimos a contar con la colaboración de una de las jovenes que controlaba el acceso.
-Déjaselas más baratas.
Aproveche el envión solidario y lancé mi contraoferta.
-¡60 por cada una!
-jajajajaja-una nueva risotada me recordó que la localía no nos pertenecía.
Al final pagamos 150 reales por unas entradas de 80.
Luego del show, que mereció el precio que terminamos abonando, me puse a la tarea de saber más sobre el mundo de los cambistas. Fue el taxista quien me dio cierta luz:
-Son una mafia, están en todos lados, desde el futbol hasta los recitales. Acaparan la mayoría de las entradas. Mueven millones de reales al año. En este país ya son una institución, siempre terminamos contando con ellos.
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