Luca seguía expectante recogiendo las clavas que caían al suelo. Se movía raudo entre los coches, y en ocasiones los saltaba con la agilidad propia de su raza.

La joven de cabello rubio corto, vestía una blusa de colores vivos y una calza negra con zapatillas al tono.

Ajena a las insinuaciones que lanzaban los conductores continuaba lanzando clavas y pelotas, mientras Luca se mantenía a su lado, pendiente de aquellas que terminaban rodando por el asfalto.

Terminó la función con el semáforo todavía en rojo, pasó la gorra, y se apresuró ante el inminente cambio de luz.

Luca le pisaba los talones. Así continuaron provocando sonrisas, comentarios desubicados e incluso fotos de algún automovilista.

Cuando la función terminó la joven introdujo a Luca en una mochila junto a las pelotas, parecía una misión imposible. Jadeante, con la boca entreabierta, el perro aceptó sumiso el estrecho espacio.

Se la cargó al hombro y se dirigió al metro. Los seguí hasta que pude dirigirle las primeras palabras. Se hallaba ella sentada en un solitario vagón, y la mochila con un curioso y sofocado Luca estaba a sus pies.

—Hacen un buen equipo. Tienes un perro fantástico.

—No me ofendas, Luca es mi amigo… mi fiel amigo, quien se brinda sin pedir nada a cambio y me sigue en cada una de mis locuras. Como habrás visto, juntos hacemos malabares para vivir.