La Iglesia Camino de Pastores tenía su sede en La Florida. Llevaba veinticinco años de fundada, y en ese tiempo había crecido en metros cuadrados y en fieles de manera exponencial.
Los domingos era el día que más se notaba. El amplio parqueo con capacidad para 200 coches no daba abasto, y muchos miembros preferían compartir los vehículos para así permitir que todos pudiesen estacionar.
El encuentro dominical duraba aproximadamente 3 horas, entre canciones religiosas, palabras de alabanzas y la siempre oportuna participación del pastor, quien a sus 63 años, y luego de un par de lifting faciales continuaba reflejando un aire rozagante.
Ese lunes se había despertado más temprano que de costumbre. Se dio una ducha rápida. Se vistió con una camisa blanca de mangas largas, un pantalón negro recto y zapatos a tono. Luego alcanzó sus gemelos de oro, que llevaban incrustados sus iniciales en plata esterlina. Se perfumó y se dirigió a preparar su desayuno a base de café y croissant.
Analizó nuevamente los documentos que le había acercado su contador el día anterior al finalizar la liturgia dominical. Y volvió a considerar que la propuesta era generosa: un joven pastor llegado desde la costa oeste, le había ofertado medio millón de dólares, pagaderos en efectivo, por su congregación. Inversión que recuperaría a lo sumo en cinco años, en la medida que la crisis económica siguiese acumulando fieles.
El pastor firmó el documento con su Lancaster Pen dorada, regalo de un miembro de la iglesia, y llamó a su contador.
—Buenos días ¿Cómo estás?… Vayamos al grano. Creo que es una oferta acogedora… La acepto, aunque ten en cuenta que necesitaría que la transferencia me la realicen a una cuenta offshore, donde tengo mi paraiso.
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