Mudando el hormiguero
Me dieron la tarea de buscar un nuevo lugar para hacer el hormiguero. El nuestro es muy cómodo y nos permite crecer en armonía, pero, últimamente, tenemos que caminar cada vez más lejos para conseguir hojas frescas. Todo a nuestro alrededor se fue convirtiendo en campo de cultivo de soja, y eso que parece ser tan bueno para alimentar a los cerdos, producir aceites y harinas, y preparar todo tipo de alimentos de los humanos, no lo es para nuestro pequeño mundo de hormigas.
Ocurre que nos despertamos un día viendo cómo todo el paisaje que nos rodeaba ha ido desapareciendo y ya no crecían plantas en las zonas cercanas a las plantaciones de soja. Descubrimos que los problemas comenzaron desde que unas avionetas pasaban sobre nuestro hormiguero, lanzando un líquido de olor intenso, que todo lo que tocaba lo mataba. Bueno, casi todo. La soja era lo único que resistía. Con el tiempo comprendimos que, para poder crecer, la semilla de soja necesitaba que desparramasen ese líquido desde las avionetas. Los humanos utilizaban cada vez más zonas para plantar su soja, y cada vez era mayor la zona muerta que nos rodeaba.
Después de caminar largas distancias buscando comida, se decidió que la solución era mudarnos. No fue fácil tomar esa decisión. Somos cientos de miles en nuestra comunidad, muy organizadas, por cierto, y cuando llegó ese día la reina decidió que era yo, Lucía, la encargada de explorar por un nuevo hábitat. En principio me resistí, le dije que teníamos que intentar adaptarnos, que muy cerca nuestro existía una comunidad donde vivían cientos de personas, y ellos, por lo visto, no habían planificado mudarse para alejarse de las avionetas. Podríamos imitarlos.
Pero mi argumento se hizo añicos. Primero observé caras de asombro, miradas de espanto y susurros. A continuación, la reina le cedió la palabra a una de las hormigas más ancianas, que me señaló con el bastón y me dijo:
—Lucía, la irresponsabilidad es hija de la ignorancia. Nosotras sabemos que eso que esparcen las avionetas es veneno. También lo saben nuestras crías, que nacen débiles y se enferman con facilidad —hablaba apretando las patas, moviendo las antenas de manera nerviosa—. Desde que comenzaron a cultivar la soja nuestra colonia se está diezmando. Y si las casas siguen cerca y sus habitantes no se han mudado, creo que es porque ellos no tienen la posibilidad que tenemos nosotras, de organizarnos, de alcanzar un plan común y de tomar sabias decisiones que ayudarán a toda nuestra comunidad.
Hizo una pausa, observó a su alrededor y encontró varias hormigas asintiendo, moviendo las antenas en señal de aprobación. Nuestra reina le dio a entender que podía continuar.
—Entre ellos, si se ponen a deliberar cien personas, seguramente tendrán cien opiniones distintas, y así es muy difícil ponerse de acuerdo en algo. Aquí somos miles, pero rápidamente actuamos en equipo y buscamos una solución que nos beneficie a todas. —Observé que muchas hormigas se pararon en dos patas. Todas coincidían con las palabras de la anciana—. Por algo tenemos cientos de millones de años de existencia. Ellos apenas están comenzando a evolucionar como especie, si los comparamos con nosotras, y por el camino que van tal vez nunca lleguen a tener una existencia tan larga como la nuestra. Así que, Lucía, ponte las pilas que tenemos que pensar en el futuro de las próximas generaciones de hormigas.
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mudando el hormiguero
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