Recientemente tuve la ocasión de conocer a una pareja de investigadores del Museo de Gibraltar.
En el breve intercambio de palabras me hablaron con mucho amor y dedicación sobre sus trabajos de investigación y sobre los vestigios que habían hallado del hombre de Neandertal.
El entusiasmo se podía medir por cada gesto que acompañaba a sus monólogos. Sobre todo él, qué movía los brazos impacientes y se despegaba del respaldo de la silla como si estuviese ardiendo:
—Las mañanas las dedicamos a mis trabajos, y las tardes son para ellas—dijo, señalando a su mujer, quien sonrió, seguramente como lo había hecho infinidad de veces ante la conocida respuesta de su pareja.
Su esposa de ojos vivaces y cabellos nevados, que no impedían descubrir su aire juvenil, se refería principalmente a sus investigaciones submarinas y a la búsqueda de pecios.
La conversación amena, distendida, me trasladó al hombre de Neandertal.
—(…)Nuestros antecesores habitaron Europa y parte de Asia por alrededor de 250.000 años. Fue una especie que supo adaptarse a los climas extremos. Eran cazadores, aunque practicaban el canibalismo. Y pese a que desde el punto de vista genético estaban capacitados para el lenguaje, no tenemos todavía una idea clara de la forma en que se comunicaban entre ellos.
—¿Por qué se extinguieron?— pregunté, creyendo descubrir en la expresión de ambos un aire cómplice, como si estuviesen esperando esas cuatro palabras.
Fue el turno de ella. Se acomodó sobre la mesa y cruzó sus brazos.
—Hay varias hipótesis, una de las más solidas tiene que ver con la aparición de nuestra especie, el homo Sapiens, parece ser que los fueron desplazando de sus tierras originales, y los obligaron a trasladarse a regiones inhóspitas con pocos alimentos.
—O sea, que no solo hemos contribuido con la desaparición del hombre de Neandertal, sino que estamos haciendo lo mismo entre nosotros.
—Así es—me dijo él, con un dejo de angustia o tal vez de malestar—. Nuestra especie lleva alrededor de 140.000 años sobre la tierra y no creo que lleguemos a vivir, siquiera, los 110.000 años que nos faltan para equiparar al hombre de Neandertal.
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