Coconut Grove es una de las ciudades más antiguas de Miami, y el refugio de Bas Janssen, un aguerrido holandés de tez blanca como la harina, frente amplia, ojos expresivos y mentón extendido.
Compartimos un café en la terraza de un bar que permite repasar la ciudad desde su cercanía al océano, que parece penetrar, mediante el reflejo solar, creando una atmosfera densa que se concentra en un aire espeso que arrastra columnas de condensación y calor.
El ambiente sofocado del verano se pronuncia en el sudor que baña la camisa de Bas y en mi mirada que tiene una expresión somnolienta.
Busco romper el hilo de la pausa con una pregunta que enmarca el título de esta nota.
—¿Tu familia fue pionera en la venta de humo?
No pudo evitar lanzarme una risa desmesurada, tan abundante que parecía fingida.
—Hace tan solo una hora que nos conocemos, es muy poco tiempo como para hacerme una pregunta tan desubicada—dijo con aire sombrío.
Contempló su reloj y ajustó sus gafas, aparentó incordio. Me lo habían advertido: “Cuando más serio parezca, más se estará divirtiendo”
—De que otra forma se puede llamar a la venta del tulipán Senter Augustus que tu familia se encargó de vender cuatro siglos atrás por más de 10.000 florines. Una suma de dinero que en aquel entonces alcanzaba para comprarse todo un edificio en el centro de Ámsterdam.
Estiró el cuello y se mantuvo alerta como un animal al acecho, pendiente del andar ágil y descuidado de una joven mujer que avanzó sin percatarse de nuestras miradas.
—Me gusta más hablar de ser los pioneros en el mercado de futuro, era eso lo que hacíamos, lo mismo que hacen ahora muchas empresas en Wall Street. Era una operación sencilla—hizo una pausa para secarse la mejilla con el índice izquierdo y agregó—: ¡Hay que hacer algo con el cambio climático!…
Necesitaba interrumpirlo, tenía la costumbre de disociarse con mucha facilidad.
—¿En qué consistía esa operación sencilla?
Extendió una mirada abarcadora y continuó.
—Todos querían acceder al tulipán, era un símbolo de ostentación, de poder. Lo que se hacía era un pase de manos, en el mismo día se podía vender el tulipán varias veces.
—¿Cómo lo vendían si estaba enterrado? El bulbo recién iba a dar un tulipán al llegar la primavera.
—Dábamos un bono como prueba de ese tulipán.
—Un papel que representaba a un tulipán o una serie de ellos, que estaban plantados en algún campo de Holanda.
—Me gusta más un bono—insistió en darle un barniz profesional a la compraventa.
—¿Y qué ocurrió el 6 de febrero de 1637?—le pregunto, intentando que vaya al grano.
Agarró la camisa e intentó separarla de su cuerpo, no le fue sencillo, parecía una ventosa.
—El día anterior se llegaron a pagar 90.000 florines por 89 tulipanes, unos 15.000 dólares de hoy en día. Y al día siguiente salieron a la venta unos tulipanes por el precio inicial de 1300 florines y nadie los quiso comprar. En el transcurso de la mañana el precio se había ido al piso…
—La burbuja había reventado—agregué a modo de resumen.
—Así es, todo el mundo salió a vender bonos…—se detiene unos segundos parecía portar un sosiego indiferente—a vender papeles sin valor, ya nada sería lo mismo.
—Veo que perteneces a una familia de pioneros, ahora bien, volviendo al tulipán Senter Augustus, ¿alguna vez alguien vio esa flor?
—Nunca se ha visto, fue simplemente un negocio que dejó un muy alto rendimiento, como tantos de hoy en día.
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