La sonrisa de Nasima agitó sus ojos negros y acentuó la tierna expresión con que miró a su hermana Begum.
Tenía 15 años, uno más que Begum, y desde que había dejado de usar maquillaje aprendió a sonreír.
Hoy la vida las volvió a unir, trabajaban en una fábrica textil en Dhaka, capital de Bangladesh, e intentaban no despegarse una de la otra en ningún momento. La línea de producción se los permitía, ambas estaban en el mismo sector y se observaban 11 horas al día, los 7 días de la semana, que es lo que duraba el turno de trabajo. Tenían dos recesos de quince minutos cada uno, para comer la ración de arroz que le daban en la fábrica, y seguían juntas al finalizar la jornada. Ese era también su dormitorio. Vivían hacinadas junto a cientos de mujeres que no tenían adonde ir o sus aldeas estaban tan alejadas que les sería imposible alcanzar el bono extra mensual que les daban de dos dólares por puntualidad. Sumado a los 38 dólares que cada una cobraba de salario, las hermanas redondeaban los 80 dólares al mes. Eso les permitía soñar en ahorrar para poder comprar un slum, una vivienda de chapa como las que abundan en la película Slumdog millionaire. Y pese a la impresión que puede dar esa realidad, ambas se sentían en el paraíso.
Es Nasima quien abandonó el infierno hace unos pocos meses.
Cuando su padre murió, hace 4 años, su madre intentó quedarse con las niñas, pero su nueva relación la intimó para que las encamine, en el slum no había lugar para los cuatro y la comida era tan escasa que solo alcanzaba para una vez al día. La convenció para que venda a Nasima. Una shardani la compró y con 12 años la puso a trabajar en un burdel en la ciudad de Faridpur.
Begum en cambio, pese a que lo intentaron, fue rechazada, su labio leporino fue determinante, y la madre logró ubicarla en una fábrica textil.
—Tendrás tu dinero, un trabajo, techo y comida. Estarás mejor que yo, ya lo verás.
Nasima desde el primer día decidió que estaría de paso en el burdel, y en vez de cubrir la cuota de cinco clientes por día, los duplicaba, sabía que de seguir así, en menos de 3 años podría comprar su libertad.
El reencuentro entre las hermanas fue reciente. Enseguida la tomaron en la fábrica, y como ella decía, la vida les ha dado un vuelco, se tienen una a la otra, y no pasa un minuto sin que se busquen con las miradas, con esos pares de ojos negros que resumen en su silencio el mar de injusticias que las acompañan desde que han nacido.
Deja tu comentario