La puerta de roble de la iglesia de Nuevo Laredo, estado de Tamaulipas, México, se había cerrado con la entrada del tercer hombre. Este se viró y apoyó las manos sobre el Cuerno de Chivo que llevaba en bandolera, mientras observaba el paso firme de sus dos compañeros entre las hileras de bancos de madera que los flanqueaban.
El cura los aguardaba. Se saludaron con un leve gesto con las cabezas y lo siguieron hasta la fuente bautismal. El padrino estaba junto al hombre que se iba a iniciar.
Este último de tez mestiza, ojos negros profundos con la conjuntiva veteada de un rojo intenso, llevaba un sombrero Panamá beige en paja toquilla, con un tafilete negro de piel de cabra. Se lo retira y con su mano diestra alcanza la pistola Colt calibre 38 de cachas plateadas. Se la presenta al cura, quien sin dudarlo, esparce agua bendita sobre el arma y se persigna.
El orgulloso padrino, con sus ojos cristalinos y labios fruncidos, busca en su chamarra un sobre de papel y se lo entrega al párroco, este rápidamente lo hace desaparecer sin atreverse a contar los diez billetes de cien dólares que contenía.
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