—¡Ahí viene, ahí viene!—gritó Celia, dando saltos, intentando ver por sobre decenas de cuerpos que se apretaban buscando un resquicio.
Era baja de estatura, rolliza, de pelo rubio y extensiones rojas. Tenía alrededor de 30 años.
Se apoyó en los hombros de un cuarentón, y al ver que este la dejó ser, terminó colgándose a su espalda.
—Es mi abuelo ¡Qué lindo! Parece un pato.
Celia seguía entusiasmada, movía una mano como si fuese el aspa de un ventilador.
—Muévete, vamos. Acércate que quiero saludar a mi abuelo.
Su gritería logró su objetivo. El hombre comenzó a abrirse paso como un autómata.
A diez metros de distancia se encontraba Patch Adams. El médico payaso más reconocido del mundo, que fue interpretado en el cine por Robin Williams.
Estaba de visita en el Hospital Borda, neuropsiquiátrico ubicado en Buenos Aires, Argentina.
—Arre, arre—soltó Celia, mientras lanzaba una risa franca y sonora—Abuelo… abuelo. Aquí, aquí estoy—sintió un latigazo en la cabeza que la obligó a aferrarse al hombre—alguien, molesto por sus empujones le había arrancado parte de sus extensiones rojas—buscó al culpable con la mirada, pero sus pupilas se concentraron en Adams. Los últimos pasos los dio a la carrera, hasta que lo alcanzó con tal vehemencia que faltó poco para que ambos terminasen rodando por el suelo.
Se pegó a él, rodeándolo con sus brazos por la cintura.
—Te extrañe mucho, que lindo… que lindo verte—dijo con una expresión melancólica, mientras sus labios se resistían a pronunciar palabras.
Patch Adams le respondió en ingles, y pese a no comprenderse, y no haberse visto nunca, ambos sintieron la necesidad de abrazarse como si fuesen familia.
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