La zona residencial  de Taganskaya no llama la atención, una más de la amplia y poblada capital de Rusia. Sin embargo a 65 metros de profundidad se encuentra el Búnker 42, construido con un claro objetivo antinuclear y finalizado en la década de los 50.

Para llegar a él debo  descender el equivalente a 18 plantas, la escalera estrecha protegida por una estructura de cemento y acero de 1,5 metros de espesor está alumbrada tenuemente, y a medida que nos acercamos al búnker se observan filtraciones de agua, no es extraño, el agua que necesita la instalación militar se extrae de las napas de la tierra.

El origen del búnker fue una de las respuestas al lanzamiento de las bombas atómicas lanzadas por los EE.UU, sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki en agosto de  1945. Stalin consideró que ese nuevo armamento se utilizaría contra la URSS como un método de presión y ordenó la construcción de un búnker con capacidad para resistir un ataque nuclear.

La obra comenzó poco tiempo después de ambas explosiones nucleares. La zona elegida no tenía ningún objetivo militar, lo cual la hacía de por sí segura.

Su construcción se hizo al mismo tiempo que se estaba ampliando las líneas del Metro de Moscú, y fue realizada por los mismos obreros, pensaban que estaban trabajando en el proyecto vial subterráneo.

El sector que correspondía al despacho de Stalin nunca fue utilizado por él, falleció antes de la finalización del búnker. Y a los pocos años de su terminación, la Crisis de los Misiles en  octubre de 1962, que involucró a Cuba, EE.UU y la URSS, activó el Búnker 42 y se consideró destinarlo para el alto mando militar soviético que debería contraatacar ante la agresión  nuclear que se especulaba vendría de los EE.UU.

La amplia sala con una mesa ovalada y 26 sillas, estaba junto al cuarto de control del armamento nuclear de respuesta inmediata.

 

Todo parece ser parte de un juego de guerra, cuando el oficial del Ejército Ruso invita a dos de las personas que recorremos el búnker a preparar  una respuesta nuclear ante la agresión en cierne.  Consta de tres pasos, la orden, la clave y la ejecución… aparecen en una gran pantalla las imágenes de los cohetes con armamento nuclear avanzando hacia sus objetivos.

 

 

El búnker aparte de hallarse a 65 metros de profundidad tenía la capacidad de conectarse con una línea del Metro de Moscú, que serviría, en caso de necesidad,  para una evacuación rápida de los más de 600 militares que podían llegar a estar ocupándolo en los momentos más candentes de la Guerra Fría.

En cierto momento de la visita nos introducen en un túnel que supuestamente permite el acceso a la línea del Metro, es extenso, lúgubre y mal iluminado. Mientras avanzamos se apagan las luces, la tensión provoca algunos gritos del grupo y, por los altavoces,  un oficial ruso  nos indica que Moscú ha sido atacada con armas nucleares, que la población está siendo diezmada. Pese a hablar en ruso, se siente la tensión en el ambiente. Se prenden las luces de emergencia y luego la iluminación original. La escena no deja de tener mucho de realismo, parece ser que la Guerra Fría nunca llegó a descongelarse y hoy está bastante activa.

 

 

El búnker fue un alto secreto militar hasta 1986, en que se decidió hacerlo público. Hoy sigue controlado por el ejército y su uso es eminentemente informativo y turístico. Sin embargo, el oficial que nos guía nos explica que el número 2 significa que fue el segundo búnker construido en Rusia y que el desconoce cuántos búnkeres hay activos en la actualidad.

En ese momento comprendo que la Rusia que nació a partir de 1990, que avanza de la mano de las multinacionales y la economía de mercado nunca ha desestimado la agresión nuclear.