Caminaba por la pequeña iglesia del Senhor Bom Jesus da Cana Verde, en Batatais, interior de San Pablo, Brasil. Pese a la temprana hora varios fieles se hallaban en oración.

En el altar central destacaba la imagen de Jesús de los Apóstoles, del pintor brasileño Candido Portinari, pero no era el único fresco de este brillante artista. En la entrada de la capilla de los Santísimos estaba su obra: Transfiguración y en el lateral derecho de la iglesia: La Sagrada Familia.

El guía seguía mostrándome los magníficos cuadros que predominaban en cada rincón de la parroquia.
Llevaba una camisa gris con bordados en los bolsillos. Tenía un rostro vivaz y una mirada intrigante. Su cabello nevado y sus anteojos de grueso armazón le daban un aire monástico.

-Cuando las obras fueron donadas a la iglesia en la década de 1950, el párroco de entonces las rechazó.

-¿Por qué?— le pregunté, entre curioso e intrigado.

-Porque el artista era comunista- soltó, con una expresión mordaz.

Ante mi gesto de asombro, continuó.

-Las obras habían sido compradas por varios hacendados cafetaleros de la región, a un costo de 875 cruzeiros, y terminaron en un galpón. Ahí estuvieron un año, hasta que la situación llegó a oídos del Arzobispo Don Luis Amaral Mousinho, quien determinó en 1953 que fuesen expuestas-caminábamos entre estrechas filas de bancas, el guía señalaba en todas direcciones ante las abundantes obras de Portinari.

-Población conservadora-atiné a decirle cuando nos detuvimos a contemplar otra pintura.

-Igual que ahora-agregó bajando el tono de su voz-. Por aquel entonces, fue el pueblo y la prensa quienes rechazaron la medida del Arzobispo. Así que fue necesario ponerle seguridad a la iglesia para evitar el vandalismo—hizo silencio, como si estuviese analizando la histórica decisión arzobispal.

Aproveché para apartarme un par de pasos y recordar el poema de Nicolás Guillén: Un Son para Portinari… Ha transcurrido más de medio siglo y hoy las obras de Candido Portinari siguen ocupando las principales paredes de la iglesia. Esta se ha convertido en su custodia, aunque pertenecen al patrimonio de la ciudad.

Según su última cotización tienen un valor superior a los cincuenta millones de dólares. Fantaseo sobre qué diría el artista sobre el precio que ha alcanzado su arte. Creo que se imaginaria a niños alfabetizándose, o quizas conociendo más sobre la vida del hombre de mano dura hecho de sangre y pintura, que desoyendo las indicaciones médicas siguió pintando pese a estar intoxicado por el plomo que contenía las tintas que utilizaba.