Te quiero tanto como la distancia de la tierra a la luna
Katy se despertó sobresaltada. Había tenido una pesadilla horrible. Los sollozos de la niña llamaron la atención de su mamá.
—¿Qué te ocurre, corazón?
Katy abrió los ojos como un mapache y abrazó a su mamá.
—Tuve un sueño muy triste, mami, muy triste.
Abrazó a su madre y la apretó con fuerza.
—¿Me lo quieres contar, cariño?
—No sé… No es agradable.
La madre la besó en la frente y la miró con impaciencia.
—Inténtalo. Me gustaría ayudarte, explicarte que solo fue una pesadilla, pero para eso tengo que conocerlo.
—Mami, ¿papá y tú me quieren?
La mirada de la madre se congeló. Suspiró profundo y la acarició.
—¿A qué viene esa pregunta, Katy? —inquirió con voz dulce y suave.
—En mi sueño, mamá, os vi a ti y a papi siempre preocupados, de mal humor. Él estaba sentado en el sofá de la sala con la TV encendida, pero no miraba nada, mami, nada de nada, su vista estaba perdida, como ausente. Parecía enfermo. Y luego apareciste tú, hablando de dinero, de gastos, de deudas, y ambos discutían. Tú gritabas, él hacía lo mismo y yo sentía que había dejado de existir para vosotros.
»Justo ese día había sacado mi mejor nota en mates, y la maestra me felicitó, pero mi alegría solo la pude compartir con Choco. Él movía la cola y jadeaba cuando le dije al oído que había tenido en la escuela un día inolvidable. Recuerdo que estuve cerca de una hora intentando llamar la atención. Hice de todo, mami: agarré un boli y me puse a escribir mi nombre en la pared; al ver que me ignoraron, abrí la puerta de calle y toqué el timbre hasta que mi dedo se acalambró, y el único que ladraba como un loco era Choco; luego cerré la puerta con mucha fuerza y la casa tembló; me acerqué a la cocina y agarré un par de ollas, las puse al revés y comencé a darle con la tabla de amasar. Creo que le di tan fuerte que a una la abollé, pero no reaccionasteis. Así que fui a la cama, me acosté y me quedé dormida.
La madre se balanceaba sobre la cama de Katy e intentaba decirle algo, pero solo atinaba a abrir y cerrar la boca. Sintió una lágrima en su mejilla y con la mirada vencida le habló:
—Princesa, no puedes pensar eso, ni siquiera en tus peores sueños. Te queremos con la vida, y no es que te ignoremos. En ocasiones, nuestros problemas nos sobrepasan, los vemos tan grandes y complejos que nos anulan, pero, luego, ambos nos sentamos a conversar y encontramos una salida. ¿Y sabes por qué la hallamos? Porque siempre estás tú presente y deseamos que seas muy feliz y que nunca te falte nada, y eso nos impulsa a superar todas las dificultades.
La niña se quedó pensativa, atenta a cada palabra, y, como si estuviese en la escuela, levantó una mano.
—Dime, corazón.
—No me respondiste la primera pregunta.
—Por supuesto, vida, te queremos tanto como la distancia de la tierra a la luna y me quedo corta.
Te quiero tanto como la distancia de la tierra a la luna
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